Los lagos de colorines y la ruta subestimada…

Esto es el domingo por la mañana a las 8… ¡Dios, qué sueño! A las 8.45 (con retraso, por suerte) viene Marco a buscarnos con el coche. Por suerte el coche es un VW Polo nuevecito, ya nos temíamos que tendríamos que viajar durante una hora hasta cerca de Colmar en un Fiat Uno, ¡fiuuuu! Un cuarto de hora más tarde recogemos a Theo en su casa y nos encaminados hacia Francia por la autopista. El viaje duró algo más de una hora, pero no me acuerdo porque me quedé medio dormida. El sitio a donde íbamos estaba cerca de Col de la Schlucht, que a su vez se encuentra cerca de un pueblo (bueno, vale, ciudad pequeña ^^) llamada Munster en la región de Vogesen, que a mí no me decía nada antes de ir y sigue sin decirme nada después de haber estado allí, pero para aquellos entendidos en geografía, supongo que será de gran utilidad Horas más tarde me enteré de que “col” significa “paso” o “puerto de montaña”. Había dado por supuesto que era simplemente un nombre… ¡¡Ehem!! ¡¡Yo y el francés!!

El caso es que como “col” significa “paso de montaña” pues tuvimos que subir a una montaña, pero ¡ojo! No andando… ¡En coche! Aunque había mogollón de people subiendo en bici… Bueno, ¡haya ellos y sus piernas! Nuestro destino, más o menos, era cerca del Lago Verde (Lac Vert, que no vimos porque estaba en la otra dirección, pero que probablemente tendría ese color). Aparcamos el coche, nos comimos unas barritas de cereales de Balisto y, después de quejarme ochocientas veces del frío que hacía (¡joer, tiraba un aireeee!) y ponerme toda la ropa que llevaba, incluída la gorra, para no morir congelada, nos pusimos en marcha por un camino que parecía que lo había destrozado una riada, como mínimo. Además, era bastante curioso, porque el suelo era arenoso y rojo. Costaba un pelín de trabajo no caerse y encima era cuesta abajo, al menos la primera parte. A pesar del frío, el paisaje era precioso. A las 11 y media ya habíamos llegado al primer lago: Lac des Truites, o lo que es lo mismo, el Lago de las Truchas. Supongo que se llamaría así por la abundante fauna truchera, pero yo no vi mucho movimiento en el agua, aunque tampoco me acerqué, too hay que decirlo. Como era demasiado temprano para comer, decidimos seguir andando hacia el siguiente lago: Lac Noire (Lago Negro, y no es coña era negro ). ¡¡En buena hora decidí dejar mis Wanderstöcke (¿bastones de senderismo?) en casa!! Para llegar al Lago Negro había que subir toda una colina, que si bien no era nada del otro mundo (comparado con las rutas que yo misma he hecho hasta ahora, no era pa’ tanto), los caminos eran bastante empinados y sin bastones, me costó mucho más. Al llegar arriba, me dolían los tobillos y los gemelos de tanto subir cuestas… Arriba soplaba el viento mucho más fuerte que abajo (¡qué genio estoy hecha!), así que nos metimos un poco de prisa. De la que estabamos llegando al lago empezó a llover. Primero suave, luego empezó a granizar y finalmente llovía, sin más. Cuando llegamos abajo, nos metimos en el restaurante. El estómago ya crujía de hambre.

El servicio en el restaurante dejaba mucho que desear. Primero estaba lleno y la única mesa libre estaba junto a la puerta (al final perdí la cuenta de las veces que Theo se tuvo que dar la vuelta para cerrar la puerta por la que entraba un virujillo cada vez que la abrían que vamos…). Cuando ya nos hubimos sentado, tardaron mogollón de tiempo en traernos la carta y otro tanto en cogernos el pedido. Christoph y Marco se pidieron una media botella de Riesling que al final acabó siendo 75 cl. El vino olía rico, pero tenía un sabor extraño. Pa cuando nos llegó la comida, ya se habían bebido las tres cuartas partes de la botella, ¡ejem! Yo por mi parte tengo que reconocer que la comida estaba buena (mi ensalada con queso de cabra estaba de muerte y la carne con la salsa de pimienta se salía), pero era un poco cara. También nos tomamos una tarta de mirtilos que estaba bastante buena (y eso que a mí no me van las bayas). Mientras estabamos allí, alrededor de dos horas, cayeron un par de trompas de agua. Por suerte, pa cuando nos decidimos a marcharnos, el tiempo mejoró y salió el sol, aunque volvió a llover otro poco, pero muy suavemente.

Nos encaminamos hacia el Lac Blanc (Lago Blanco, que estoy por apostar que realmente era blanco), que nunca llegamos a ver. Las indicaciones del camino eran más bien malejas y si no llega a ser por el sentido de la orientación de Theo, habríamos tardado más en terminar el “paseo”. Pasamos por el manantial del Lago Negro y después de perder por completo mi adorada orientación, llegamos más o menos a la misma colina que habíamos subido desde el Lago de las Truchas, pero en un lugar más al este (creo). Seguimos un camino de tierra negra hacia la izquierda y fuímos a parar a una encrucijada. Desde allí podíamos o bien volver al Lago de las Truchas o bien tomar el camino a través de las cimas hasta donde estaba el coche. Como cosa de media hora más tarde estabamos de vuelta en el coche. De vuelta conduje yo, en un pueblo cerca de Munster paramos para comprar el queso típico de la región: queso de Munster. Es parecido al Camembert (o sea, un queso blando), pero con más sabor. En Munster paramos a tomarnos algo. Después de eso, nos pusimos en marcha de vuelta a casa y salvo por una parada de emergencia (mi vejiga no podía más, ¿qué se le va a hacer?), el transcurso del viaje fue agradable.

Aunque sé que no van a leer esto, principalmente porque no lo entienden, aprovecho la oportunidad para dar las gracias a Marco por organizar la excursión y a Theo por las fotos.

Con esto y un bizcocho…
Cris

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